Madre comunitaria solo hay una






Jorge Luis juega con un amigo en una mañana de sol de justicia. Corren, se abrazan y saltan, pero ve pasar a Mónica Díaz y detiene sus brincos. Sin importar quien la acompaña, llama su atención.

–Seño tengo hambre, le dice Jorge.

En la calle 53 en el barrio Las Américas, las casas se construyeron con tanto esfuerzo que el color de las paredes es gris y los bloque de cemento tienen el efluvio del verdín. La de Mónica Díaz no es la excepción. Es una de las 20 viviendas que hace de hogar comunitario y acogen 240 niños en el sector; pero es de la más atractiva: los vecinos llegan a la puerta, que siempre está abierta, a pedir alguna orientación.
El bochorno del sol del oriente, el fogonazo de la cocina en la sala y el techo de teja a unos 2 metros de altura del piso obliga a que la puerta de su casa no esté cerrada. El piso rojo sin baldosas, tiene 10 centímetros más para evitar que cuando llueva el agua entre por la puerta, aclara Darío, taxista y esposo de Mónica.
Es una medida contra lo imprevisible. “Lo que no me gusta de Barranquilla es cuando llueve”, agrega Mónica.
Desde la puerta se ve una esquina, sin nomenclatura, destaca un canal natural, las aguas negras, la tierra y la hierba. El pavimento allí no ha llegado en la entrada de la carrera del sector al que le llaman “El Bajo”. Mientras los vecinos entran y salen de la casa de Mónica, piden sugerencias, no está mal que hasta pregunten si les regalan una cubeta de hielo. El hogar bota mucho calor.
La casa de Mónica es una herencia de su abuela, una de las viviendas de la calle 53 que se levantaron por invasión hace más de 40 años y hace parte de una loma, contigua a la cancha de la Alianza, declarada zona de alto riesgo en los límites con Carrizal. La casa no tiene escritura pública, pero sí servicio de luz, agua y gas.
La pavimentación de la calle 53 le dio un valor añadido con la promesa de los constructores que por allí pasará una ruta alimentadora del Sistema Masivo de Transporte de la ciudad, Transmetro.
Las casas del sector no están separadas por paredes o cajas de aire y permite que los niños entren también por el patio. Los ojos grandes café y sonrisa pícara de Jorge Luis, aparecen como el que busca y encuentra. Espera que Mónica entre a la casa, corre, da una vuelta a la esquina y aparece por la ventana del último cuarto, donde está el salón del hogar comunitario.
Es uno de los  niños que después de los 5 años, si no está en un hogar comunitario o no va al colegio, anda descalzo por el barrio y se divierten sin cansancio en la escuela de la calle.
“Jorge Luis fue uno de los niños que estuvo en mi hogar comunitario”, precisa Mónica. “Él como varios niños pasan muchas necesidades”.







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El Gobierno nacional tiene la atención a la primera infancia con políticas y programas que apuntan a una atención integral y uno de sus aliados para alcanzar el objetivo con niños más sanos y educados es el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf).
El llamado a empujar el carro de la niñez va con el anuncio de cifras con muchos ceros. En Barranquilla, la Alcaldesa Elsa Noguera prometió invertir con el Icbf unos $50 mil millones entre el 2012 y 2016. Las políticas públicas de los entes territoriales obligan a que sea abierta y participativa con padres de familia, madres comunitarias, organizaciones no gubernamentales, operarios, docentes e universidades, pero sobre todo con transparencia.
El camino para el Gobierno y el Icbf no será de rosas por las críticas y cuestionamientos a cómo se atiende a la infancia en el país y la falta de claridad sobre el vínculo y el papel de madres comunitarias.
La plenaria del Senado debatió el 8 de mayo de 2012 sobre la infancia y señaló que el trámite de los programas alimenticios, que benefician a miles de niños en el país, la situación laboral de las más de 78 mil madres comunitarias, el papel de estas en el programa “Cero a siempre” y la denuncia de casos corrupción en distintas regionales del Icbf, son un palo a la rueda de la atención a la niñez.
El senador Juan Lozano criticó las complicaciones administrativas en el Icbf, que llevó a que unos 700 mil niños y más de 300 mil adultos mayores se hayan quedado sin alimentación durante 4 meses.
El senador Álvaro Ashton pidió a la Contraloría y la Procuraduría, "adelantar las investigaciones necesarias relacionadas con los procesos de licitación e interventoría, contratados por el Icbf".
El Senado al final conminó a Diego Molano, director nacional del Icbf a que busque procesos de ‘meritocracia’ en los cargos directivos de la institución, "con el fin de garantizar una gestión transparente y adecuada en las diferentes regiones que se benefician con los programas del Instituto".
La onda expansiva de críticas llegó al Atlántico, en especial porque también las cifras muestran que el Departamento tiene una desnutrición en sus niñas del 15.5% y supera la media nacional (13.2%).
La directora del Icbf en el Atlántico, Emilia Fontalvo analiza que la problemática no debe verse aislada. “Es un tema político, que involucra un todo con la vivienda, el entorno, las condiciones sanitarias, el tipo de salud, hábitos de vida, ejercicio, compromiso de los padres, el afecto”.
El programa nacional “Cero a siempre”, base para la atención integral, propone que las madres comunitarias mejoren sus condiciones, y no que sean excluidas como creen los senadores, asegura Emilia Fontalvo.
La funcionaria explica que los hogares comunitarios por ahora no se acabarán por lo mucho que hay que construir con los CDI que se proyectan en el Atlántico. “Creo yo, falta mucho. La invitación a las madres comunitarias es que hagan parte de los Centros de Desarrollo Infantil Temprano (CDI). Ellas no serán obligadas a participar, pero sí deben estar capacitadas. Todas las que lo hayan hecho dejarán de cocinar, de hacer aseo, no tendrá que responder una planificación, por revisar alimentos, tendrá otros estándares. La madre puede pasar a ser docente”.




Anita, madre, abuela y madre comunitaria en Las Américas.




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En Las Américas la realidad es de todos, no se oculta, anda y se ve caminando sus calles. Cuatro jóvenes envejecidos, con ojos pequeños de pupilas brillantes, risas tristes, uñas mugrosas, cabellos largos, caminan rápido, con largos pasos, a veces con el torso descubierto, tatuados en la piel, sacos de fique o maletín al hombro, como almas sin rumbo.
Mónica Díaz camina por la calle 53 y sale al encuentro de uno de los conocidos.
Llama a uno de ellos y lo saluda. 
–No te olvides que Dios te quiere, le dice Mónica.
–Sí seño. Amén, el joven responde.

Es el mejor mensaje que puede compartir. Su experiencia en grupos de niños y jóvenes en la parroquia Santa María Goretti no se echa en un saco roto. En la parroquia, el mejor y único lugar público para ofrecer seguridad, Mónica ha aprendido que lo que recibe se reparte. Su hogar comunitario es la semilla y en el entorno el terreno está aún estéril. Reafirma que está enrarecido por el microtráfico, enfrentamiento entre pandillas y una de ellas controla la única cancha de fútbol en cinco calles alrededor, donde no hay nadie pateando un balón.
La cancha está despejada, abandonada, la maleza se la traga, el olor a marihuana, una soledad que asusta y enfrente casas de madera, en filas frente a la calle 52, pavimentada y quebrada, como después de un terremoto.

–Qué, ¿te gustó la llanta?, grita un hombre.

Es el grito de uno de esos jóvenes que rompe el silencio del mediodía. Una pregunta con un tono desafiante al acompañante de Mónica que toma fotos a un carro sin mula, con sus llantas desinfladas y que sirve de refugio a un perro enjuto y negro.
Mónica musita. Habla bajito y no oculta que tiene miedo caminar por esta calle. 
"La Defensoría del Pueblo no está ayudando para saber qué paso con la calle pavimentada en una zona de alto riesgo y se perdió el trabajo".






A Las Américas se le prometió y después se le descartó entregar un parque educativo con los dineros del impuesto de Valorización. Esa obra hace falta y otras más que ayuden a cambiar rutinas. La realidad sigue mostrando madres jóvenes que cargan bebes y otros que jalan su falda. Algunos niños sin zapatos, descamisados, en pantaloncillos, revolcándose en la arena, subidos en bicicletas oxidadas, el cabello gualdo, sin brillo, de barriga prominente, algunos con flemas verdea y amarillas en las narices. 
Madres y padres juegan dominó en una esquina, otros ven pasar la vida sentados en los bordillos, en un billar o en “El Bajo”. Mucho tiempo libre sin ocupación. La herencia para las futuras generaciones no se rompe.
La ausencia de seguridad y el microtráfico se pasea en un paisaje que también ha tocado la familia de Mónica. 
Una joven perdida en el sector fue violada por drogadictos en el barrio en 1991 y una venganza como consecuencia de un familiar que cobró como víctima a cuatro jóvenes inocentes en 1991, entre ellos el segundo hermano mayor de Mónica.

Más de 20 años después de aquella muerte algunas cosas han cambiado. Otras no. En el cambio el plan de pavimentación le ha dado otra cara a las fachas de las viviendas. Las valorizó.
Aunque el hermano menor, el mismo que ella tuvo que asistir durante sus primeros días de vida, porque mamá Ana tuvo dificultad en el parto, día a día lucha para no caer en el consumo de drogas. Se necesitan bibliotecas u otros espacios en el barrio para actividades lúdicas, el menor de los Díaz trabajó en una tienda porque no había otra opción y ahora se dedica a la herrería. Atender y vender su servicio es la terapia para controlar la ansiedad.
“Hemos querido recuperar a varios jóvenes drogadictos y no ha sido fácil”, afirma Doris Páez, director de la Fundación Ángel de la Guarda, que agrupa los 20 hogares comunitarios.
Por eso Paulina, de 78 años, también con sus necesidades en la cara, ojos profundos, pómulos salientes, piel quemada, reseca y cuerpo enjuto, señala que "poco ha cambiado" en Las Américas desde que ella fue una de las primera habitantes. "Los políticos siguen prometiendo y no cumplen. Sí han mejorado algunas cosas: hay menos monte. Los niños ahora tiene donde comer cuando no hay en su casa".
Paulina está sentada en el último cuarto de la casa de Mónica. Es un salón decorado con mensajes sobre los derechos de la niñez y con dos mesas para 13 niños. La ventilación entra por la ventana y los niños esperan el almuerzo. Paulina llegó con uno de sus cuatro bisnietos y saludó a Ana. "A mi bisnieto le gusta pasar conmigo".
"Paulina pasa hambre", susurra Ana en la cocina donde prepara un jugo de papaya y la minuta del día: tajada, papá amarilla y lenteja para los niños del hogar comunitario.
Mónica, de voz fuerte, ojos de gato, con manchas de sol en los pómulos, piensa que las madres comunitarias son las de mayor credibilidad hacia la familia, los niños y jóvenes. El trabajo espiritual se queda corto y no es suficiente. "Queremos buscar proyectos para que estudien con instituciones como el Sena y ayudar a aquellos que no necesitan capacitarse".
Hace unos días, otro vecino de Mónica, sumido en la necesidad de un trabajo e intentando evitar malos pensamientos, le contó que no pudo controlar el desespero de no tener con qué darle de comer a su hija de un año.
El joven vive con su segunda mujer, que no es la madre de su hija. La primera lo abandonó.
Mónica asegura que su vecino buscó a un amigo para que le prestara un dinero. No consiguió y empujado por el desespero participó en un atraco. No era la primera vez, porque en otra oportunidad había ido donde un pastor evangélico que le orara y le diera fortaleza. La oración amainó sus impulsos hasta que volvió. Salió a atracar, pero  en el acto no le permitió dar su golpe. Cuando tenía su víctima en frente le devolvió el dinero.
–Señor no, yo no quiero hacer esto. Tome su dinero. Esto lo iba hacer porque mi hija no tiene que comer, le dijo a su víctima.
La sorpresa del atracado fue mayúscula que le regaló una parte del dinero.
“Eso ocurrió alguna vez, pero esta vez me senté con él y le dije que sí iba a caer nuevamente en lo mismo”. 
–¿Por qué haces eso?", le preguntó Mónica.
–Seño es que yo no cuento con nadie y mi hija está llorando, dijo .


Niños celebrando su día en Las Américas y otros de espectadores,

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En celebraciones especiales como en Día de la Niñez, las 20 madres comunitarias muestran su trabajo y muestran las razones por las cuales los niños son más importantes que los demás en Las Américas.
Ese día los 262 infantes que aparecen en el Icbf del Recreo, oficina adscrita, fueron atendidos con dulces, bebidas y una recreación dirigida. El payaso Erick sacó muchas sonrisas y atrajo a otros niños mayores de 5 años que dejaron de caminar por las calles descalzos, hacer mandados para fascinarse por la magia del bufón.
Erick cumplía su papel con gracia y atención. Entre esos infantes encandilados estaba su hijo, que está en el Hogar Comunitario de Mónica.
Hace 15 años Viviana, mujer de Erick, tuvo a su primera hija y llegó a las manos de Mónica. Admite que no estaba preparada para la crianza. ¿Quién lo está? Era una adolescente con muchas dudas como las que otras también se vieron en ese especial día. “Mi hija era grosera y yo reconozco que no tenía paciencia para hacer lo que hace una madre comunitaria. Hoy veo a mi hija adolescente y veo el trabajo de Mónica. Es para agradecer”.
María, hija mayor de 3 hijos de Mónica, tiene la edad y el oficio de su madre. Nació como sietemesina en el hogar de una pareja que se juntó también con menos de 20 años, que es el promedio en los padres de las Américas.
“Los primeros niños que tuvo mi mamá en el hogar comunitario que son contemporáneos, ya son padres de familia. Los veo y son pocos los que pudieron estudiar”, asegura María Mónica.
Liliana, hermana de Mónica y madre soltera, ha seguido la huella de madre comunitaria. En la sala de la casa de Ana, donde comenzó Mónica con su Hogar Comunitario un 15 de enero de 1990, los niños son todo. Esta vivienda que está por debajo del nivel de la calle 52C, 13, los pequeños saludan con un “Gracias”.
El complemento de los hogares son las enseñanzas de valores, los momentos pedagógicos, el dibujo, los cantos y las “palabras mágicas” con la que saludan a las visitas.
–¡Buenos días!, gritan los infantes-
Es una de esas bellas palabras que pronuncian los niños.
Atisban al extraño, le regalan una sonrisa o una mirada escrutadora.
En esas tiernas miradas hay una niña de padres desplazados de Zambrano, Bolívar que por un ladrillazo en la cabeza tiene una limitación auditiva.
Un niño llama la atención porque pellizca a otra compañera de mesa. Liliana escucha a la niña quejarse y le llama la atención con voz fuerte. 
Cuenta Liliana que el papá del niño le pega a la mamá. “Es lo que ellos ven”.
La escuela de padres de los Hogares Comunitarios ha hecho énfasis en sembrar tolerancia, respeto. 
El desayuno, la merienda y el almuerzo de los hogares nutre y calma el hambre, pero no es suficiente porque el corazón y la convivencia necesitan otro alimento. “Se necesita trabajar mucho en el amor, en la enseñanza a los niños y su familia”, admite Amérida Duque, madre comunitaria desde hace 17 años.
Mónica habla del temor de Dios, de la familia como escuela de paz y donde el ejemplo es la mejor enseñanza de los padres.
Un Centro Educativo cercano a su casa se ha ganado un contrato con el Distrito para prestar por 3 meses un servicio de atención a la primera infancia. El liderazgo y experiencia de Mónica llamó la atención del contratista para ofrecerle trabajo. El dinero que le ofrecieron por 90 días, triplica lo que recibe como madre comunitaria cada mes, entre $270 mil y $378.300 mil, y no es puntual.
Las dudas y rumores sobre qué pasará con las Madres Comunitarias en el futuro, la falta de claridad sobre si serán pensionadas, le hizo pensar en aceptar el contrato. Completó la mayoría de los requisitos para firmar ese contrato, menos el de la experiencia como docente. Una paradoja aunque está formando a niños.
El contratista le prometió que conseguiría un certificado para justificar el contrato. Mónica asegura que si aceptaba, el dinero serviría por lo menos para arreglar el salón del hogar para los niños. “Son unos 2 millones de pesos”.
Su esposo Darío sumó, sacó cuentas, y ella habló con un amigo espiritual que solo le preguntó: ¿Qué te dice el corazón?
“Realmente dije no, porque le estoy enseñando a mis hijos unos valores para la vida que si acepto esa falsificación, mañana me lo recordarán”.

                                                                        
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Madres comunitarias con los niños, en el centro Mónica Díaz.

Rocío es madre de otros 10 hijos. Los más pequeños tienen 2, 4, 6 y 8 años entre ellos está Jorge Luis. Ella es de las vecinas más queridas por Mónica.
Rocío es una mujer que cuando habla con extraños nunca mira al interlocutor. Atravesó la calle y llegó a la sala de la casa de Mónica con un pantalón de tela suave corto, que permitía ver sus gruesos muslos y piernas firmes. No tenía zapatos, la cara lavada, sin un color de maquillaje, cabello corto y escaso brillo.
Rocío evade la mirada, la clava al piso, y habla con timidez, sin echarle un ojo a su hijo mejor.
Fue madre ante de los 15 años porque se fue de su casa. Asegura que su padrastro abusó de ella. Pasó de Carrizal a Las Américas para dedicarse a ser madre y ya es abuela de 3 nietos con menos de 40 años.
Aprieta los labios y tuerce la boca como resignada de su vida. Ya no será madre más y admite su error, porque el padre de sus hijos no ha sido responsable.
Jorge Luis sigue jugando, y de repente, Rocío le lanza un grito. Le da un golpe en la cabeza.
Mónica le advierte que no le pegue.
“A veces no tengo paciencia con ellos. Me estresan. Me lloran cuando tiene hambre”, admite.
Mónica recuerda que hace unos años reunió a cuatro de los hijos de Rocío, los montó en el taxi que conduce Darío, los llevaron a una notaría para registralos. El último que falta por dejar de ser NN es el de 2 años, que ya le ha dicho a Rocío que tiene que darle su derecho.
Rocío entendió la vocación de su amiga hace 5 años, en un momento de dolor cuando supo por boca de Díaz que una de sus hijas, tenía una enfermedad terminal.
Kelly Johana llamaban a la niña que en aquél momento tenía 10 años de edad, tampoco estaba registrada y decía que sentía 2 algodones en la parte de arriba del tabique.
Mónica Díaz sospechaba que algo tenía Kelly y se la llevó para que le hicieran exámenes de sangre. Mientras se conocían los resultados, los dolores de la niña preocupaban también por su cara hinchada y pálida.
En un día de crisis y dolores, Mónica compartió la situación con una amiga del barrio. Ante el desespero, la amiga ofreció el carné de Sisbén de su hija Sandra para que llevaran a Kelly al médico.
Esa ayuda terminó en un susto para Mónica. La niña entró al hospital y no volvió a salir aquel día de noviembre del hospital. Con su sinceridad fue a donde otra amiga de confianza del Icbf a contarle que se había equivocado. Kelly no era Sandra y pudo ser sancionada por fraude o falsificación en documento.
Un dolor y arrepentimiento profundo que aumentó con la crisis de la enfermedad de Kelly. Antes del deceso de la niña en el 2005, Kelly fue registrada y bautizada, atendida por una fundación hasta que sus ojos cayeron en el sueño de la muerte.
“Estuvo hasta su último día en el hospital. Se desvivía por ella y al final no fue capaz de verla en el ataúd. Aunque hoy yo le reclame que me entienda, que esté conmigo, en ese momento aprendí que mi mamá es una verdadera madre comunitaria”, reconoce María Mónica.
Rocío se despidió para tender la ropa en el callejón que se ve desde la ventana de la sala.
Jorge Luis, que sigue pendiente de Mónica para que le regale algo de comer, recibe una seña cómplice de que sí tendrá su almuerzo.
Mónica destaca que los hogares comunitarios en Las Américas han ayudado mucho, en especial por la importancia que tiene ahora la primera infancia. “El trabajo de nosotros antes no era reconocido, pero ahora gracias a Dios se dieron cuenta de que las madres comunitarias le prestaban un gran servicio a nuestro barrio, ciudad y a nuestro país y al mundo”.
“He conseguido muchas cosas, ver a niños felices, otros no. No cambio mi barrio por nada, pero sí me gustaría vivir con un mejor entorno, pero en Barranquilla uno no sabe si está seguro”.
La “Seño” Mónica siempre estará de puertas abiertas en Las Américas.

Texto publicado en 2011 en Barranquillabierta.com 


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